Rocinante:
Fortaleza inquebrantable. Naturaleza inefable. Sentada a la orilla del río, llueve y te escribo. Mi mirada se refleja en esas gotas de agua que caen sin saber de dónde han venido. Y a través de mi mirada todo pierde y cobra sentido. Te veo a ti, tan asustado y decidido, tan vulnerable, tan bravío. Como el papel en el que te escribo, mojado más profundamente habitado; como el río en el que lo veo todo, ese que hospeda mis días de frío. Como la lluvia, que busca dar vida a la tierra que un día perdimos; como yo, inocente y condenado, simple, desarmada. No necesito que hables para descubrir lo que sentiste. A través de tus ojos me doy cuenta de quién eres, de quién fuiste. No fue don Quijote quien te eligió. Fue tu amor a la locura, al desastre, a la incomprensión. Fue tu fidelidad al hombre rechazado, solitario, iluso, soñador. Fuiste tu, que apostaste por el hombre perdedor. Tú, que abandonaste tu espíritu salvaje e indómito. Tú, que sabías que no eran castillos las ventas, ni palacios las posadas, ni gigante los molinos. ¡Oh!, si volvieras. Si volvieras cabalgarían a tus lomos los lunáticos, los solitarios, los desdichados, los utópicos, los abandonados. Cabalgaría yo mecida por el viento, sin miedo a equivocarme, sin miedo al tiempo. Cesa la lluvia, parece que se calma el río. En el agua tu imagen nítida me reclama. Pero ya no estás, tan solo veo mi cara. Y al observar mi mirada me doy cuenta de que eras tú quien me buscaba. Naturaleza inefable. Fortaleza inquebrantable.
Alba García González
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